¿Un momento histórico?

Por: Mauricio Caviedes.

 

 

 

Para explicar por qué creo que la firma de los acuerdos por la paz en Colombia es un hecho histórico, quiero explicar cuatro cosas primero: 1. En comparación con las personas que me rodean, no suelo viajar mucho fuera de Colombia, pero he tenido que pasar algunos meses en otro país y, durante ese tiempo, sufrí el choque de ver desde lejos las votaciones por el referendo por la paz. Me rompió el corazón, debo admitir. 2. Sólo una vez he votado, no suelo hacerlo porque creo que el sistema es injusto: supone que la mayoría tendrá la razón, sólo por ser la mayoría, impone silencio a quienes votaron en minoría, sin consideración por sus argumentos. Además, aunque la democracia sea mas que el voto, los ciudadanos que votan no suelen ser conscientes de ello y, finalmente, muchas personas confunden votar con apostar y apuestan por quien creen que va a ganar, en vez de por lo que creen justo, razonable o evidente. Si hubiera podido votar por el referendo desde donde estoy, no sé si lo habría hecho, pues hubiese significado romper esa regla. Pero no dejo de pensar en ello con una combinación de culpa y confusión. 3. Los colombianos que he encontrado en esta ciudad, no paran de insistir en lo avergonzados que se sienten por el resultado de la votación del referendo. 4. En las clases que dicto, mis estudiantes, sabiendo que soy colombiano, no paran de pedirme que les explique cómo es posible que en Colombia la mayoría de los colombianos hayan votado que no querían la paz. Les he respondido que no quiero hablar de ello. En realidad, no sé que diablos decirles.

 

¿Pero, por qué habría de sorprender que el referendo haya dado como resultado el “no”? ¿Acaso no era probable? Así, leyendo artículos de opinión sobre el asunto, o correos de mis amigos, encontré el argumento que sugiere que el gobierno “se descuidó”, creyó que ya tenía el asunto resuelto y que la mayoría votaría por el sí.

 

Pero eso no es una explicación, es simplemente una descripción de lo que ocurrió. Pero... ¿por qué ocurrió eso?

 

Otras personas piensan que la opinión pública fue manipulada, que hubo una campaña de desinformación, que a la gente se le confundió sobre el significado de los acuerdos, que nadie se los leyó bien (mis amigos, la mayoría de ellos antropólogos por ser esa mi profesión y por ser esa una profesión que hace que uno tenga pocos amigos, se precian de ser buenos lectores y haberse leído las casi trescientas páginas de acuerdos). Que todo estuvo planeado por una campaña del no, impulsada por sectores conservadores que no aceptan no ser los protagonistas de los sucesos políticos.

 

En esa teoría, hay unos puntos centrales que habrían sido difundidos de forma confusa. Uno de ellos serían las políticas de género, sobre las cuales se habría confundido a la opinión pública, porque la opinión pública, según esta tesis, confunde “género” con “lesbianas”, “maricas” y “feministas”. Sobra explicar que esto supone que la opinión pública cree que hay algo malo con que los acuerdos de paz hablen sobre lesbianas, maricas y feministas. Un asunto adicional sobre el que se creó confusión, tendría que ver con la supuesta “impunidad” de la que gozarían los guerrilleros desmovilizados. Hablar de impunidad sería, en esta teoría, una estratagema para confundir, pues no puede haber tratado de paz, dicen los defensores de esta tesis, sin un proceso de transición que, sin renunciar a la verdad, admita flexibilidad para quienes no cometieron crímenes de lesa humanidad. Así ha sido en todos los acuerdos de paz de la historia, afirma esta teoría. Y el último punto sería, en palabras simples, que el gobierno habría dado tantas concesiones a la guerrilla para tomarse el poder, que en un santiamén estarán en el senado y la presidencia, haciendo en Colombia lo mismo que Nicolás Maduro en Venezuela.

 

Esta teoría es mas elaborada, pero es también una descripción de lo sucedido y no una explicación. Por supuesto que hubo desinformación, por supuesto que la mayoría de las personas no leyeron los acuerdos completos y se contentaron con lo dicho en la televisión. Por supuesto que los medios de comunicación en Colombia son, en general (con excepciones, tal vez) chambones y conservadores.

 

Y además, yo me dejo convencer muy fácilmente por las teorías de conspiraciones. No tengo ninguna duda de que las sociedades humanas han sido manipuladas desde las sombras, desde que la mayoría dejamos de ser cazadores y recolectores (¡y todos sentimos un poco de envidia por aquellas sociedades que son capaces de seguirlo siento, combinada con lástima y miedo de aquello que nuestras sociedades les imponen para que dejen de serlo!... ¡Ayyyyyyy! ¡Que nostalgia por aquel buen salvaje de Rousseau!).

 

En resumen, no hay explicación, pero sabemos una cosa: existe una lógica conservadora en el pensamiento de los votantes en Colombia. Es lo que los antropólogos de la primera mitad del siglo XX habrían llamado una “cultura” conservadora. Y para esos antropólogos, la cultura tendía a permanecer, no a cambiar. Si cambiaba, se trataba de un momento histórico significativo que destruía la cultura existente para dar paso a otra. Pero, en general, quienes hacen parte de esa cultura, tratan de evitar ese cambio.

 

En otras palabras: la mayoría de los colombianos comparte una idea que se opone al cambio y actúa en conjunto, consiente o no, de acuerdo con esa lógica. No les gustan los maricas, tampoco las lesbianas y tampoco las feministas. No les gusta perdonar. No les gusta que a los ex-guerrilleros les den subsidios de un salario mínimo (tal vez sea mucho). No quieren que les den matrículas y acceso a la educación, porque no se lo merecen, pues en esa lógica la educación no es un derecho, sino un privilegio. Y, el que un grupo consiga derechos no es un paso para que otros grupos también los tengan, sino un privilegio que les arrebatan a los que ya lo tienen, o a otros que carecen de él.

 

Por ejemplo, si a los indígenas les reconocen derecho a la tierra, no es un paso para que mas personas tengan ese derecho en el futuro, sino menos tierra para los campesinos. Si las mujeres ganan el derecho al voto, no es un avance histórico, sino una ventaja. Si los negros alcanzan el derecho a la libertad, no es un paso hacia una sociedad mas justa, sino una ventaja sobre otros grupos discriminados.

 

¿No es lógico, me pregunto ahora, que en un país en el que por dos siglos se han negado derechos a casi todos, tener derechos sea percibido como un privilegio? Las personas están acostumbradas a no tener derechos por no tener dinero y, cuando alcanzan derechos, sólo porque lograron pagar por lo que antes no podían pagar, con un sacrificio injusto, creen que se justifica que otros no los tengan, porque no han hecho ese sacrificio injusto.

 

Lo mismo ocurre con la participación política. Sin duda, tomar las armas para exigir participación política fue un error. Justificar el tomarlas porque aquella participación había sido impedida por las armas, también es un error. Justificar la muerte de inocentes por aquellas armas, diciendo que les estaban negando la participación política es aún peor.

 

Pero, si durante los últimos sesenta años (tal vez mas) se negó a muchos el derecho a elegir y ser elegido, entonces no pueden venir ahora con un acuerdo a decirles que ahora sí, van a poder elegir y ser elegidos. ¡No! Porque lo normal es no tener derechos civiles y políticos. Si alguien los tiene, es como si se los quitara a alguien mas.

 

Tampoco importa que la mayoría de las personas a las que se les negó la participación política no haya acudido a las armas para exigirla.

 

Tampoco importa la evidente contradicción de seguir negando el derecho a elegir y ser elegido a quien justificó usar las armas para lograrlo, argumentando que no puede elegir y ser elegido por haber usado las armas.

 

No cabe la posibilidad, en esa lógica, de empezar a percibir esa nueva participación política como el inicio de un momento histórico, un momento nuevo, en el que, quienes en el pasado no han tenido derechos civiles y políticos, empiecen a ganarlos.

 

En resumen, no cabe duda de que a las sociedades no les gusta cambiar. Les gusta quedarse como están. Seguir así. Eso no quiere decir que no vayan a cambiar. Sólo quiere decir que se resisten a cambiar.

 

En los últimos días, creí que en Colombia iba a cambiar algo. Creí que los estudiantes de antropología a los que les doy clases, por fin, podrían ejercer esa profesión en un país con menos guerra. Y tal vez eso ocurriría con ingenieros, economistas y otros profesionales, a los que conocer el país, tal vez, les resultaría ilustrativo para pensar que el “desarrollo” basado exclusivamente en la extracción de petróleo, la concentración de la propiedad privada de la tierra, la construcción de represas hidroelécticas, o los grandes monocultivos, no es tan buena idea. Tal vez ellos podrían hablar de eso con indígenas, campesinos, afrodescendientes y ex-combatientes, sin que sus vidas peligraran por ello. No puedo explicar la emoción que me causaba esa expectativa.

 

Días después del voto del referendo, ocurrió aquella marcha del 5 de octubre por la paz, a la que algunos se refieren con el nombre de “la marcha del silencio”. Vi videos en internet y fotos que me enviaron algunos amigos que estuvieron en ella. Me conmoví. Y luego vi un artículo que, de nuevo, me partió en corazón (http://palabrasalmargen.com/index.php/articulos/nacional/item/el-camino-al-infierno-esta-empedrado-de-buenas-intenciones-hacia-otro-fracaso-del-si-a-la-paz ).

 

Se trata de un autor que, por su lenguaje, parece querer mostrarse cercano a los movimientos populares. Y se publica en un sitio web que, por su contenido, parece querer presentarse como crítico.

 

Voy a tomarme la libertad de resumir su idea central.

 

Este crítico cercano a los movimientos populares le advierte a quienes participaron en la marcha del 5 de octubre que los que participaron en esa marcha se irán metafóricamente al infiero, porque, aunque tengan buenas intenciones, las buenas intenciones son la justificación de quienes cometen pecados.

 

Y entendí que, efectivamente, él también está sumergido y atrapado por aquella “cultura” conservadora. ¿De qué otra forma sería posible explicar que una persona que cree hablar con un lenguaje crítico, en favor de los movimientos sociales, acuse a un grupo que se moviliza para exigir la paz, de cometer un pecado con buenas intenciones y merecer el infierno?

 

Es el colmo del conservadurismo: los intelectuales críticos saliendo a amenazar a los movimientos populares con que Dios los va a mandar al infierno, por ponerse del lado de las élites, al exigirles que hagan la paz de una vez por todas.

 

Así, pues, para terminar esta perorata que es mas un desahogo que cualquier otra cosa, he decidido lo siguiente: No puedo explicar lo que ocurrió. No sé si habría votado, aunque me temo que, de haber podido hacerlo, habría sucumbido al deseo, contra mis convicciones y, evidentemente, habría votado “sí”. Pero si hubiese podido estar en aquella marcha, habría estado sin dudarlo.

 

Como dice aquella canción popular de aquel grupo australiano, que me gustaba en la adolescencia y hoy me parece un poco ridículo, pero me sigue gustando (tal vez esto explique por qué):

 

Don’t need reason,

 

Don’t need rhyme,

 

Ain’t nothing I’d rather do,

 

Going down,

 

Party time,

 

My friends are gonna be there too...

 

I’M ON THE HIGHWAY TO HELL...

 

 

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