El surf, la asociación de antropólogos, las universidades y los doctorados en Colombia. O también: La asociación colombiana de antropología debería crearse para evitar que los doctorados arrebaten a la antropología colombiana su independencia.
Por: Mauricio Caviedes.
Quisiera empezar con una metáfora de mi experiencia que me ayudará a explicar mis ideas mas adelante.
Los surf-hippies: una metáfora de la antropología de hoy.
Hace algunos años, durante mi adolescencia en Barranquilla, solía ir a las playas de las afueras de la ciudad, con una falsa pretensión: aprender a surfear. Iba allí, como la mayoría de adolescentes de clase media, convencido de que surfear era tan fácil como la tele lo hacía parecer. Y como la mayoría de los adolescentes de clase media al iniciar la década de 1990 en Barranquilla, carecía del equipo apropiado para practicar el surf.
Algunos de nosotros conseguíamos viejas tablas de surf demasiado largas y planas. Eran de mayor estatura que nosotros mismos y, si las sosteníamos verticalmente, nos resultaban demasiado pesadas para manipular, porque no éramos lo suficientemente fuertes para dirigir un instrumento tan aparatoso.
Algunos de nosotros llegábamos allí en bus, lo que hacía el viaje vergonzoso, pues cargar las tablas dentro del bus era una tarea molesta para todos los pasajeros.
Los habitantes de los municipios donde íbamos a aprender a surfear llamaban a los adolescentes de clase media que escapaban del colegio en dias laborales con un apodo: Los “surf-hippies”. Era, por supuesto, un sobrenombre despectivo que recibíamos de una comunidad local de pescadores, en aquellas playas olvidadas por el turismo, que en el interior de Colombia tienen la reputación de ser “sucias”, porque la cercanía de la desembocadura del Magdalena hace que carguen cúmulos de algas y, en ocasiones, troncos.
No obstante, por esa misma razón, las olas de esas playas son mucho mas fuertes y frecuentes. Es cierto que no son las olas de las playas de Hawai, donde compiten los surfistas profesionales. Pero como ya dije: Éramos adolescentes de clase media de una ciudad periférica, intentando vivir como en un capítulo de Beverly Hills 90210, en un municipio tercermundista habitado por pescadores.
Algunos de nuestros compañeros mas aforunados, que habían viajado a los Estados Unidos, conseguían tablas nuevas y aerodinámicas, con diseños impresos de marcas deportivas. Usualmente, también conseguían que sus padres les prestaran el carro para conducir hasta allí, aunque no tuvieran licencia de conducir.
No puedo decir que yo, o mis compañeros de entonces, lográsemos aprender a surfear. Dedicábamos horas durante el atardecer a capturar intuitivamente una ola. La mayoría de las veces, al intentar engancharnos a una ola fuerte, ésta nos zarandeaba tragando agua salada, hasta llevarnos cerca de la orilla, donde, con mas desprecio aún, nos arrastraba un poco mas, para hacernos tragar agua con arena. Sólo ocasionalmente, por pura suerte, la posición de uno u otro coincidía con el nacimiento y la curva exacta de una ola generosa que nos impulsaba.
No era nada del otro mundo: Nadie se dezlizaba en cuclillas, ni hacía zig-zags, como en las competencias de surf norteamericanas. Apenas lográbamos viajar sobre la ola aferrados a la tabla. Pero cuando capturábamos una en el momento correcto, la sensación era excitante. El roce del agua sobre el rostro y la fuerza de empuje de la ola nos hacía sentir que viajábamos a una velocidad indescriptible. La turbulencia del agua que arrastranba la ola hacía vibrar el cuerpo mientras el hippie-surfista, con los ojos cerrados, se deslizaba sin saber cuándo ni a dónde llegaría.
Cuando el impulso se acababa y el hippie-surfista recobraba el control, ya cerca de la orilla, la excitación continuaba mezclada con la necesidad de sentir esa “velocidad” de nuevo.
La verdad es que las olas no viajan tan rápido. Pero desde adentro, esa es la sensación que se experimenta: un vértigo inigualable. Es como viajar abrazando un torpedo militar submarino. Al menos esa era la manera en que lo describíamos entonces. Y esa es la sensación que conservo en la memoria.
Sin embargo, como ocurre con muchas las aficiones de la clase media, pronto los jóvenes de Salgar y Solinilla, adoptaron la costumbre de los surf-hippies barranquilleros. Como habríamos dicho en aquellos días: se perratearon la surfeada. Así que, pronto, tuvimos que compartir el atardecer playero esperando olas e intercambiando miradas hostiles con los jóvenes locales.
No obstante, debo advertir que ellos crearon su propio estilo. Mientras nosotros conseguimos viejas tablas de surf, a veces de segunda, pero siempre manufacturadas, cuando no eran nuevas e importadas de Estados Unidos, a ellos les bastaba, muchas veces, con las tablas de su propia cama.
Y, aún así, la práctica los hizo tan habilidosos, que el surf-hippismo barranquillero pereció antes de nacer, por vergûenza clasemediera ante la destreza local. El sueño romántico de parecernos a Luke Perry, se transformó en la inevitable sensación de estar haciendo el ridículo, revolcados por las olas, frente a un grupo de pescadores, que ni siquiera podía costearse un vestido de baño y surfeaba en calzoncillos.
Era, en pocas palabras, humillante. Una humillación de clase.
Pero... ¿Qué tiene que ver el hippie-surfismo con la independencia de la antropología, los títulos de doctorado o la asociación de antropólogos que se quiere reorganizar en Colombia?
Iendo al grano: Los cambios recientes en el ejercicio y la enseñanza de la antropología en Colombia.
Lo que me llevó a pensar en aquella experiencia, fue una reciente discusión sobre la importancia de que las universidades sólo contraten profesores que ya han obtenido sus doctorados, en vez de profesores que apenas tienen maestría. En aquella conversación, yo defendía la necesidad de permitir concursar a personas con maestría que, a pesar de no tener doctorado, pueden tener una fuerte experiencia profesional, un buen nivel de publicaciones (no necesariamente en revistas “académicas”) y vocación docente. Sin embargo, me encontré con la decidida afirmación de que la mínima condición para ejercer la docencia universitaria debía ser tener un título de doctorado.
En un articulo sobre las diferencias entre las tradiciones antropológicas mexicana, brasilera y colombiana, el profesor Roberto Pineda Camacho afirma que, las dos primeras tuvieron una orientación mas académica. Mientras la antropología mexicana tuvo un impacto mas “aplicado”, la antropología brasilera sólo ha buscado ese impacto en la sociedad hasta años recientes. Por el contrario, la trayectoria de la antropología en Colombia, según Pineda, ha sufrido de una distancia entre el trabajo aplicado y el académico (Pineda 2007).
Pineda caracteriza a la antropología colombiana con la definición de una “antropología del sur”, siguiendo las definiciones de Krotz y Hannerz. Explica que, desde sus inicios, fue moldeada por los modelos francés y norteamericano. Por ello, afirma, los antropólogos priorizan el estudio de enfoques “metropolitanos”, gringos y franceses (Pineda 2007:371). Insiste en que los antropólogos colombianos no leen la producción de sus colegas nacionales y que solo sabemos de otras antropologías “del sur”, a través de los mismos autores norteamericanos.
En Colombia (y América Latina), los intereses del control político estadounidense, ante el temor de la expansión de la revolución cubana, alimentaron los programas académicos de antropología, de acuerdo con Pineda. Por ello, el crecimiento de la antropología priorizó la implementación de programas de desarrollo rural, salud y familia. Como lo explica Pineda, la creación de los dos primeros programas universitarios de antropología en la Universidad Nacional (1966) y la de los Andes (1964), priorizó metas de desarrollo de interés para los Estados Unidos y recibió financiación de instituciones como la Fundación Ford, de la misma forma que ocurrió en el cono sur en general (Pineda 2007:372).
Pero la antropología en Colombia no sirvió exclusivamente a los intereses del poder estadounidense. ¿Por qué? El contexto político de las décadas de 1960 y 1970, la cercanía de los estudiantes y egresados de las carreras de antropología a los movimientos sociales, especialmente indígenas y campesinos, los condujo en la dirección contraria (Caviedes 2002, 2006). El mismo Pineda reconoce que ese fue el motivo por el que los estudiantes y profesionales de la antropología rechazaron la postura política de los profesores y fundadores de los primeros programas universitarios (Pineda 2007:372, 373). Al respecto la narración de Luis Gullermo Vasco sobre el surgimiento de los estudios sobre Morgan en la Universidad Nacional, en la introducción a su libro “Lewis Henry Morgan: Confesiones de Amor y Odio” es un testimonio importante (Vasco 1994).
Pineda afirma que la idea del “intelectual comprometido” impregnó la antropología latinoamericana, a pesar de la influencia financiera norteamericana, pero su influencia social fue secundaria a aquella de los economistas (Pineda 2007:373).
Pero la antropología en Colombia ha crecido demográficamente sin que la disciplina crezca, afirma Pineda. La causa de ello es la reducción de la inversión pública en el apoyo a la educación superior entre 1960 y hoy (Pineda 2007:376). Pineda recuerda que el primer programa de postgrado en antropología en Colombia se creó en 1996, en la Universidad Nacional. Y el primer doctorado en antropología en Colombia se abrió en 2007 (Pineda 2007:377).
Es cierto que hay antropólogos y antropólogas que han obtenido doctorados en otras disciplinas diferentes a la antropología. Pero en comparación con países que poseen estudios de doctorado desde 1950 o 1960, como México y Brasil, la diferencia es significativa.
También es cierto que hay quienes han obtenido sus doctortados en otros países. Sin embargo...
Antropología, doctorados y financiación de los doctorados en EEUU.
Mi argumento es que la política de formar estudiantes de doctorado en universidades de Estados Unidos y Europa busca debilitar la existencia de intelectuales independientes y críticos. Subrayo la palabra “busca”, porque con seguridad hay excepciones entre quienes se formaron en ellas.
Pero seamos francos: En el mejor de los casos, quien se forma en esas universidades rara vez, si acaso, estudia a los autores latinoamericanos que han investigado los problemas de América Latina a lo largo de su historia.
Ya puedo escuchar las voces de quienes me increpan: “¡¿Acaso por provenir de autores y autoras europeas o gringas son inválidas ciertas ideas?!”
Claro que no. Sus ideas son muy válidas.
Pero las de los intelectuales latinoamericanos excluidas de los programas de estudio en esos países también lo son. Y no son menos válidas por que provengan de autores latinoamericanos o “autores del sur global” (para quien prefiera esa expresión).
¿Por qué un gran “doctor” puede prescindir de ellas, pero no de las de Bourdieu, Clifford Geertz, David Harvey o Marc Augé (el héroe personal de algunos de mis compañeros de estudio en la década de 1990)?
Por otro lado, autores como David Price han documentado la manera en que las políticas de la Guerra Fría influyeron en los intereses de investigación antropológica de las universidades norteamericanas, la creación de centros de estudio en ecología humana, centros de estudios interculturales y centros de estudio de área. Un famoso ejemplo de ello es el centro de estudios soviéticos de Harvard, pero también se creó durante la guerra fría mas de un centro de estudios de América Latina (Price 2003).
Otro mecanismo denunciado por Price son las becas de formación en doctorado y apoyo a las investigaciones de campo de estudiantes de doctorado, en regiones consideradas importantes en el marco de la guerra fría. Según explica Price, muchas veces fueron fundaciones privadas las que otorgaron estas becas, pero lo hicieron de acuerdo con intereses político-militares (Price 2003).
Según Price, existieron antropólogos que participaron conscientemente en proyectos con objetivos favorables a las políticas del gobierno norteamericano pero, en general, los investigadores y estudiantes doctorales financiados con recursos de ese tipo no fueron conscientes de ello. De acuerdo a la documentación recogida por Price, al gobierno norteamericano nunca le interesó si las investigaciones eran o no marxistas, críticas o ideológicamente favoralbes. Por el contrario: Muchas veces financió investigaciones de autores críticos del establecimiento, sobre regiones del mundo que sí eran importantes en la política exterior económica y militar estadounidense (Ibid).
Sin embargo, esa influencia no es un tema menor, porque esa estructura de centros de estudios, proyectos y programas de investigación cuyos objetivos se amoldan a los intereses de las agencias financiadoras, es el modelo que estamos adoptando.
Y es ese modelo el que pospone la investigación en los programas de pregrado y maestría y la privilegia en los de doctorado.
Hago un alto aquí para advertir, nuevamente, con énfasis: ¡No estoy diciendo que los egresados de los doctorados en Estados Unidos o en cualquier lugar del mundo sean cómplices del gobierno gringo!
Lo que estoy diciendo es que al aceptar esos esquemas académicos, segumos haciendo cuatro cosas equivocadas:
1. Aceptamos modelos educativos importados y promovemos una academia colonizada. Colonización que, cuando hablamos y escribimos, disfrutamos criticar citando a Boaventura de Sousa o Wallerstein, o al que sea. Pero en nuestra vida cotidiana la alimentamos.
2. Repetimos el error de los antropólogos norteamericanos bien intencionados, que ingenuamente se articulan a un sistema se incentivos académicos financieros o en títulos, sin cuestionarlo. La advertencia de Price debe bastar para borrar la trillada solución conocida como “es- que-yo-me-opongo-al-sistema-desde-adentro” (por favor, leer en falsete). Todos estamos dentro del sistema, pero no todos se oponen a él.
3. Promovemos un sistema que nos niega libertad para decidir problemas reales de investigación y reflexión antropológica.
4. Borramos u olvidamos la memoria de al menos 50 años de una antropología crítica, que decidió oponerse a esa influencia norteamericana, como lo explican Pineda (2007), Vasco (1994), Correa (2006) y (con perdón) Caviedes (2003, 2006, 2013). Memoria que ya está bastante pisoteada, pero podemos recobrar. No está mal recordar que lo que no fueron capaces de hacer en EEUU, fue un principio central en alguna época de la antropología en Colombia.
¿Que?... ¡Ah, sí! ¡Ya sé! ¡Ya sé! No me asombra que me acusen de paranoia. A mí también me parece que estos argumentos parecerían sacados de “Los Archivos X”. Pero quien decide permanecer en la ignorancia por voluntad, puede hacerlo.
Aún así, alguien podría preguntar: ¿Qué hay de asombroso en que un gobierno financie investigaciones en favor de sus propios intereses políticos y económicos?
Nada.
Más aún: Si esos intereses son el resultado de la participación de diversos sectores de la sociedad y no van en contra de los derechos humanos o los derechos políticos, económicos y sociales de otros pueblos, hasta resultará positivo.
Claro que ese no fue el caso de los EEUU, como lo demuestra Price en lo que concierne a la antropología (1998; 2003) y la famosa periodista Naomi Klein en lo que concierne a la psicología y la economía (Klein 2007). Y si queda duda de ello, no hay sino que recordar la oposición de sectores importantes en los EEUU a la guerra de Vietnam, el macartismo y otras barbaridades.
Quiero ser muy enfático en ésto: No propongo una antropología nacionalista! Propongo una antropología auténtica, autónoma, independiente. Propongo una antropología cuya investigación tenga por objetivo la solución de problemas definidos por una comunidad académica en diálogo con la sociedad en conjunto pero, especialmente, con aquellos sectores cuya voz ha sido marginada históricamente en las decisiones políticas.
Disfrazar los derechos laborales de “oportunidades” para una educación privlegiada no es fortalecer la academia.
Ya dijimos que en México, Brasil y muchos países de Europa, las cosas son diferentes. Allá existen hace mucho tiempo los doctorados. No es como aquí en Colombia que, según piensan algunos, estamos “atrasados” porque se nos olvidó abrir doctorados antes.
Todo bien.
Pero ese no es el único problema. Las cosas no estarían resuletas si hubiéramos empezado a tener doctorados mas temprano. Ni se resolverán si esperamos un poquito a que aumenten los programas de doctorado, las becas y, por último, los doctores y doctoras.
Por el contrario: empeorarán.
Ya hay mas de una universidad colombiana que cogió ese tren: contratar jóvenes talentosos para dictar clases, sin darles contrato de profesores, sino una “beca”.
De esa forma, quien contrata disfraza una relación de trabajo como una oportunidad de estudios. Lo mas asombroso de todo, es que los estudiantes jóvenes de maestría o doctorado se sieten honrados cuando les otorgan esas becas. Una cosa es aceptarlas y alegrarse, porque esas son las condiciones y de otra manera sería imposible pagar la matrícula. Pero otra diferente es celebrar la precarización del trabajo de los profesores universitarios como un premio al intelecto.
Ya no basta tener una reserva de profesores de cátedra, que sólo reciben un pago por las horas de clase que dictan, sin que se tenga en cuenta el tiempo que deben dedicar a preparar clase y a evaluar exámenes o ensayos. Ahora se recarga esa tarea en estudiantes de posgrado, a los cuales no se les reconocen derechos laborales, pero tampoco autoridad intelectual ni aportes académicos. Cuando terminan sus estudios, ni siquiera se les reconoce aquella experiencia como experiencia docente.
Los profesores de verdad, se supone, son los que están refugiados en sus doctorados, porque aunque existan personas que están trabajando también como profesores, esas seguirán siendo estudiantes hasta que no obtengan un título de doctorado.
De esa forma, son una amenaza menos a la frágil autoridad intelectual de quienes aparecen como sus profesores y, en la realidad, son sus colegas... Ni más, ni menos.
Pero esto no es mas que una trampa administrativa para las universidades locales, porque las pequeñas universidades quieren competir con las grandes, consiguiendo doctores ya formados. Es así, porque para tener la aprobación del ministerio de educación, o de Colciencias, mostrar una planta de muchos doctores suma puntos. Pero no tienen tantos recursos. Por eso es mejor esperar a que el mercado se llene de doctores.
Si el mercado se llena de doctores y hay pocos puestos de trabajo, empezará a funcionar la famosa ecuación “racional” de los economistas: para competir mejor, algunos doctores se atreverán a ofrecer su trabajo mas barato, entonces los demás doctores tendrán que bajar el valor al que venden su fuerza de trabajo en el mercado.
¡Todos ganan! Las universidades (públicas o privadas) no tienen que invertir dinero en contratar doctores, porque el precio bajó. Y los doctores... cobrarán menos, pero tendrán trabajo... ¿O no?...
Pero, al mismo tiempo, desperdician el talento de jóvenes profesionales que, en vez de apoyar con su producción intelectual a la universidad de la que hacen parte, sea como estudiantes o sea como profesores, se van a otro lado. Tal vez se vayan fuera del país y su aporte al desarrollo educativo, o tecnológico y científico del país, se irá con ellos, al menos durante un buen tiempo. Tal vez se vayan a otra universidad y su aporte a la producción académica también se irá con ellos.
Por otro lado, las grandes universidades colombianas creen estar poniéndose al nivel de las universidades extranjeras de paises como EEUU, Suecia o, en América Latina, Chile, Brasil o México. Pero no es así.
En cambio, están compitiendo en desigualdad de condiciones, porque en esos países la inversión pública es mas generosa. Así que, aunque se acerquen a aquellos países, siempre irán detrás. O al menos, irán detrás durante un buen tiempo.
De ésta situación sólo salen ilesos los profesores que entraron hace algunos, no tantos, años a las universidades sin títulos de doctorado, consiguieron apoyo para hacer sus doctorados de las universidades en las cuales ya eran empleados. ¿Por qué esas personas se opondrían a que los nuevos profesionales tengan la misma oportunidad? No lo sé.
Entonces... ¿Para qué sirve el doctorado?
Es cierto, como dice Pineda, que la antropología Colombiana creció sin doctorados, pero con muchas ideas, teorías y acciones politicas. No puedo recordar que uno sólo de mis profesores tuviese doctorado cuando empecé a estudiar enla Universidad Nacional, en 1995. Un escaso número, eran estudiantes de doctorado escribiendo sus tesis. Pero no eran los mas influyentes. Varias generaciones después de la mía, podrían decir que han tenido unos cuantos profesores con doctorado. Pero no la mayoría.
Sin embargo, esta discusión no tiene por qué limitarse a las diferencias entre la antropología en Colombia y en otros países.
Debe ir mas allá y escrutar el sentido de los estudios de doctorado en la historia de la disciplina antropológica en general: Malinowski obtuvo su doctorado en filosofía antes de finalizar el siglo XIX, a lo 24 años, según uno de sus biógrafos, el antropólogo Michael Young (2004). Nada de lo que publicó en aquel momento fueron trabajos célebres y ninguno de esos trabajos, concentrados en el estudio del parentesco en las sociedades entonces llamadas “primitivas” es estudiado hoy en dia en los cursos de antropología, ni en el pregrado, ni en el posgrado. La razón de ello: en el siglo XIX, en Europa oriental y, posiblemente en Europa en general, un doctorado no era ninguna garantía de madurez profesional o intelectual. Todos sabemos que el aporte de Malinowski a la antropología no ocurrió sino casi 20 años mas tarde, cuando empezó a reunir datos en las islas Trobriand para su famoso “Los argonautas...”. Entonces, él mismo, aún se consideraba un discípulo intelectual de C. Seligman y de Sir. J. Frazer (Young 2004). En el caso de Malinowski, aquel doctorado no marcó ningún cambio o logro significativo de su carrera. Era, simplemente, un requisito académico.
Sólo el trabajo de campo y la reflexión autónoma le condujo a la construcción de ideas que se convirtieron en aportes a la disciplina.
Pero la discusión debe ir aún mas allá. Levi Strauss, por ejemplo, obtuvo su doctorado en 1948, según uno de sus biógrafos, Christopher Johnson (2003). El trabajo que resultó de sus estudios doctorales se conoce hoy como “Las estructuas elementales...”. En éste caso sí puede decirse, como lo afirma Johnson (2003), que se trata de un momento fundacional del pensamiento de Levi-Strauss. In embargo, cabría aclarar que al llegar ese momento, Levi-Strauss había sido ya por varios años profesor universitartio en São Paulo y en New York. Y, como el mismo Levi-Strauss lo confiesa, las ideas del estructuralismo lo habían convencido a través de las enseñanzas de Roman Jackobson (Johnson 2003), allí, durante su estancia en Estados Unidos.
Pero nuestra reflexión debe ir todavía mas allá: Las ideas de Levi Strauss que dieron forma a su famoso estructuralismo, no sólo provienen de Jackobson, sino de las clases que impartió Levi-Strauss de manera intensa al iniciar su cátedra en Francia. Al regresar de EEUU a Francia, afirma Johnson, Levi-Strauss fue encargado de dictar una cátedra sobre Marcel Mauss. Esa cátedra sobre el trabajo de Mauss, según el mismo Levi Strauss (Johnson 2003), le permitió consolidar la base de sus ideas en “Las estructuras elementales...”.
Pero Marcel Mauss, cuyo trabajo sobre “el don” es la piedra fundacional de la antropología francesa y, sin duda, una de las piedras fundacionales de la antropología en el mundo, nunca obtuvo un doctorado (Allen 2000).
¿Por que? Porque nadie en Europa pensaba en aquel momento que los doctorados fueran una condición para pensar. Nadie pensaba que un doctorado fuera una condición para poner los pies en la universidad. Y porque el doctorado no era una señal de madurez profesional, o una prueba de capacidad intelectual.
Los doctorados han tenido una transformación importante. Su importancia actual no tiene nada de académico. Responden a ajustes económicos de los países desarrollados. En suma, lo que se aprende en un doctorado no es principalmente la disciplina sobre la que versa el doctorado.
Nuestra pregunta debe ser si lo que necesita la antropología es estudiantes de doctorado... O si lo que necesita la antropología hoy es investigadores creativos, críticos y, mas importante aún: independientes.
¿Como resolverlo?
La mejor solución es que exista una comunidad de antropólogos (académicos y no académicos) capaz de definir con independencia sus objetivos de investigación y ejercicio profesional, con apoyo de la sociedad y recursos públicos para las universidades. Pero, como me dijo alguna vez un jóven líder del movimiento afrodescendiente, para burlarse de mí: “¡Sí, claro! ¡El Estado perfecto!”
No sé si eso sea el Estado perfecto, pero sí sé que si nos esforzamos por llegar a algo mejor, es posible que no lo logremos. Pero si decidimos no esforzarnos por llegar a algo mejor, estonces es seguro que nunca ocurrirá.
Sin embargo, acepto que esto no se soluciona de un momento a otro. ¿Como podemos acercarnos a ello gradualmente?
Yo creo que hay tres pasos.
El primer paso es contratar profesores jóvenes en las universidades y darles apoyo financiero para hacer sus doctorados, preferiblemente en Colombia. Eso no quiere decir que nadie deba estudiar fuera del país. Quiere decir que confiamos en que podemos tener una comunidad antropológica fuerte que es capaz de definir sus prioridades de investigación y ejercicio profesional, porque hay una tradición que la respalda. Es la tradición de la que hablan Pineda (2007), Correa (2006) y (con perdón) Caviedes (2003, 2006, 2013). También quiere decir que confiamos en que esos profesionales no empezarán a pensar cuando obtengan su doctorado, sino que son capaces de pensar y hacer antropología ahora, ya, en este instante. Y es cierto.
¿Habrá personas que quieren estudiar en otros países? Sí. Y eso será de utilidad para la comunidad de antropólogos y antropólogas, si creemos que en esos países pueden encontrarse respuestas a los problemas apremiantes de la antropología y de los sectores sociales excluídos históricamente.
Por ejemplo: ¿Cómo han logrado los antropólogos mexicanos tener tanto impacto en la vida social y política? La mejor forma de entender eso tal vez sea en México. ¿Cómo han permanecido las llamadas “huellas de africanía”? Si existen, valdría la pena que algunos antropólogos estudiaran en países africanos, donde esas “huellas” puedan rastrearse. ¿Existe una lógica del “buen vivir” inspirada en las formas de economía solidaria indígena, que puede sacarnos de un modelo de desarrollo desigual y ayudar a distribuir mejor la riqueza, según dice el antropólogo Arturo Escobar? Mi opinión es que habría que recorrer Ecuador, Bolivia y otros países del sur, para hallar ese “buen vivir”. ¿Por qué irse a Estados Unidos o a Francia a buscar el “buen vivir” andino allá? No lo entiendo.
El segundo paso es apoyar los movimientos sociales que exigen mejores condiciones de educación básica, media y superior en Colombia.
El tercer paso es romper las jerarquías artificiales creadas por los doctorados.
Alguna vez, en conversación con un colega que está sufriendo las consecuencias emocionales títpicas de los estudios de doctorado, le dije que no le diera tanta importancia al asunto. A manera de chiste (aunque en ocasiones lo creo sinceramente), le dije que los doctorados sólo enseñan a ser estudiante de doctorado y que eso no determina si uno es un buen profesor o investigador.
Él me respondió, con una lógica incuestionable, que era fácil decir eso para quien ya hubiera conseguido el título.
En la conversación informal que me condujo a escribir este artículo, un colega me dijo que, de abrir un concurso de profesor de planta que no exigiese título de doctorado, un departamento se arriesgaba a ser acusado de “pobretiarse”.
Fué entonces que recordé mi experiencia con los surf-hippies de clase media de Barranquilla.
Entendí que los antropólogos independientes sin doctorado son para los doctores lo mismo que los surfistas locales del municipio de Salgar eran para los surf-hippies: Una amenaza de estatus social.
Tanto en la primera, como en la segunda conversación, se refleja la aceptación social de una jerarquía artificial que no tiene nada que ver con el conocimiento. Lo que hay detrás es el temor de un “qué dirán” académico.
La juventud, por sí sola, no hace un buen profesor, pero la experiencia, por sí sola, tampoco hace a un buen profesor o profesora. Lo que a una estudiante de 21 años le parece hoy un gran profesor, puede no parecérselo cuanto tenga 40. Es posible que una profesora que parece ordinaria a los 23 años, haya tenido en una estudiante un impacto del que la estudiante sólo se hará consciente décadas mas tarde.
Fuera de las universidades, los aportes de los antropólogos tampoco están determinados por su edad o sus títulos. Hay un conjunto de factores: Su capacidad de comunicar, en textos o de otras maneras.
¡Ya, sí!... Tiene que haber unos criterios de selección, tanto para los docentes, como para los profesionales en general. Y también deben ser verificables en algo: publicaciones, experiencia de trabajo, o alguna otra cosa.
Pero el doctorado se está conviertiendo en el mínimo criterio de selección y, por poco, el único.
Deben existir varios criterios de selección. No los de Colciencias, sino aquellos que defina la comunidad de antropólogos y antropólogas. Si nos importan las publicaciones, ese puede ser un criterio. Si nos importan los años de docencia, entonces ese también. Pero deben ser múltiples criterios, porque existen múltiples tipos de intelectuales.
¿Quién decide cuáles? Sugiero que esa sea una de las cosas que discuta la asociación colombiana de antropólogos cuando se reorganice.
Sé que en el pasado congreso de antropología en Medellín, en 2012 hubo un intento por organizarla, que se pospuso por presión de algunos asistentes, entre los que me incluyo. Sé que en el próximo congreso en Santa Marta habrá un nuevo intento. Y no me opongo a que se reorganice la asociación, pero sí a que se organice sin un debate amplio y extenso sobre hacia dónde nos llevará esa nueva organización de la asociación nacional de antropólogos.
Para que eso ocurra, hay que abrir el debate ya.
Y para abrir el debate debe haber unos puntos. Yo sugiero que el rechazo a la jerarquía de los doctorados sea uno de los debates centrales.
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Maya Mazzoldi Diaz (Saturday, 28 June 2014 20:52)
Hola Mauricio, somos de la misma generación y fuimos compañeros en la Nacho, por ello comienzo por tutear este diálogo. Me interesa la discusión así como formar una Asociación Colombiana de Antropólogos que no tenga tantos formatos y requisitos como los que ofrece el ICANH, así también me gustaría poder contar con un ente financiador en Colombia aún cuando esté realizando estudios-de formación e investigación en otro país latinoamercano, aún cuando no resida en Colombia la mayor parte del año, aún cuando mi investigación no esté ubicada dentro de las fronteras colombianas, quisiera poder contar con el respaldo de mis colegas en Colombia, de manera que mi trabajo reciba más apoyo o impulso en el país en donde me encuentro, en este caso en Venezuela. No soy profesora universitaria así es que no cuento con un salario o remuneración ni financiación alguna para mis estudios, todo debo realizarlo de forma independiente y bueno, intento así, Pero ya que lo mencionas, sería muy bueno, discutir sobre esto y aquello. La etnografía debe popularizarse como metodología-herramienta de investigación participativa y escritura polifónica en diálogo con las ciencias sociales....debe salir de su nicho cerrado y no son los estudios culturales la única transformación, o la perspectiva decolonialista de pensadores críticos latinoamericanos pero ubicados en los centros hegemónicos de producción académica ¿cómo tendrían que hacer por ej. profesores indígenas para hacer ellos mismos sus propias investigaciones comunitarias?...¿Cuándo será el siguiente Congreso de Antropología? En Santa Marta decías...?? Saludos, ojalá se encuentren los textos de Correa y Pineda en internet, los quiero leer, porque aqui en Venezuela también se habla de una antropología del sur al mismo tiempo que las eminencias reconocidas estudiaron en Francia, fueron alumnas de quienes pertenecen a la genealogia de Marcel Mauss. Como intelectual heredo de mi familia más influencia de italianos y franceses pero esos mismos caminos me unen a lo que hoy se traza como pensamiento crítico latinoamericano y por tanto a los antropólogos y antropólogas latinoamericanas que publican sus trabajos, en fin, la discusión no es breve. Voy a ver De Zurda que ya comenzó.
Jairo Gutierrez (Tuesday, 01 July 2014 22:24)
Quiero que este analisis se haga publico. Que en el proximo congreso de antropologia sea posible debatir la realidad de nuestra disciplina. Estoy cansado que estereotipos y sobretodo el conformismo de nuestros colegas pongan en peligro a la carrera. La antropologia colombiana esta en crisis, si es que pensamos que pueda existir una. No es suficiente con ver el perverso mercado laboral en el que estamos. Porque priorizar los requisitos academicos de titulacion antes que el talento y las ganas de luchar por cambiar un pais que necesita abrir los ojos. Nosotros podemos hacerlo como antropologas y antropologos. Entonces porque no estamos unidos. Es momento de reevaluar todos estos aspectos. Si no nos sentimos identificados con el icanh y con colegas como sanabria y montenegro, es ahora o nunca para expresar nuestro inconformismo.
Toño Valdés (Monday, 08 September 2014 07:19)
Me gusta mucho la reflexión y me gustaría saber cómo le vamos a hacer para enriquecer ese diálogo interclases de surfiantropologos y ver que podremos compartir la mar. Saludos desde el Macizo Colombiano.
Franz Flórez (Tuesday, 09 September 2014 07:36)
Estimado Mauro. Lástima que la escritura no preserve el acento, porque escucharlo hablar en costeño siempre es un placer para este boyaco. Gozarme la irredimible diversidad creo que es la que me hizo antropólogo, más que las lecturas, artículos o títulos. Pero eerda... la modernidad, llave. Los doctorados de hoy son las publicaciones de la generación de Vasco (no publicaban sino que eran solidarios "con la causa"). A propósito de publicar, Arocha es de los pocos (bueno, y Mauricio García, y Gómez Buendía, y Pacho Gutiérrez, pero no muchos la verdad) que trata de usar su nicho para ilustrar la poca clase media que le importa leer el periódico. Pero el grueso de "la masa sin candela" no lee o le encuentra gracia a los stand up comedy (Los Tolimenses pero rolos) o escucha los chistes de Candela stereo. Ahí va la normalización de la diversidad. A lo Foucault, pues. Por la vía del consumo, o bien por el lado de las instituciones que tienen su propia inercia y el doctorado es un síntoma de eso. Lo que había que transformar era el país, pero Colciencias y el mercado nos transformó en plácidos burócratas weberianos del saber. En tiempos de antitaurinos y antiuribistas (parecen rótulos de la época de los Leopardos o Vargas Vila), puede que esa burocracia del saber sirva para ser tábanos del sentido común que pulula en las redes sociales y la mentalidad de liberalismo económico de las universidades. En alguna charla prorebeldes, el postantropólogo Eduardo Restrepo dijo que la antropología de hoy no se merecía ni una lágrima si llegaba a desaparecer. Porque no estaba hecha para transformar nada sino para formar una clase obrera acrítica con su posición de clase (si lo quiere marxista) o los discursos que los constituían (si la prefiere foucaultiana). Boutade, creo que le dicen a eso. En resumen, creo que el doctorado es un problema burocrático. El real problema es la herencia antimoderna que nos ha tocado en suerte. Y la postmodernidad nihilista que nos tocó ver crecer y transformarse en animalismo o diversitis (ah, la pluralidad). Aunque los antropólogos no han sido muy "militantes" en Brasil, el punto es que eso que hicieron los brasileros con el mundial es lo que creo hicieron los campesinos e indígenas en la década de 1970 aquí, si mal no estoy. Y lo que intentaron hacer los estudiantes hace un par de años con la ministra de educación salida de la Cámara de Comercio. Pero creo que la gente se asusta cuando hace eso. Por la mentalidad colonial de que no podemos echar a patadas a los Santos, los López, los Lleras, los Araújo, y al capataz de Uribe, porque después quién nos manda? En fin, me gustó mucho eso del surf. Se parece a lo que vi decir y hacer a unos amigos de los Andes que nunca se comieron el cuento de que eran el MIT o el Harvard bogotano. O a algunos de la Nacional que entendieron que no estaban viviendo en la Comuna de París. En todo caso, si lo veo lo invito a que se coma una carimañola. Porque esa vaina no la hacen los cachacos. Toca en un Congreso de antropófafos en Barranquilla, al lado de la estatua del maestro Joe Arroyo.
Myriam Amparo Espinosa (Thursday, 11 September 2014 12:08)
Como vas Mauricio? Colega, quizás me recuerdes vengo del sur, soy escuela nuestra America, con énfasis latinoamericano, aunque también egresada de la "Nacho" en Bogota. Comparto tu articulo, de los tres puntos que propones me sumaría al segundo porque el 1 y el tercero los realice simple desde la practica. Bueno eso de apoyar a Movimientos sociales en tiempos de guerra no es fácil, ahí vamos. Pero sabes ahora estoy en el "empobrecimiento licito" pero soy mas feliz, porque pude dejar el academicismo para continuar. Me perdí del gremio dime cuando son los congresos? ya existe tu asociación?. Me sumo a las ganas de cambiar el país, a la vieja antropología militante. Ahora me dedico a pensar eso que han llamado el monopolio de las armas desde el estado a lo "Weberiano" y hago etnografía muy juiciosa siguiendo el corte de la escuela de las Américas. Es decir me interesa la región especial militar y sus alcances en el neoliberalismo. Me gustó el surf pero te escribo con el alma del Sur.Un abrazo